Mi marido me abandona una y otra vez

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O eso creía yo. Lo que nadie te dice sobre el matrimonio es que sus verdades son escurridizas.

Cuando terminó la guerra de Afganistán y pasamos a una vida familiar más rutinaria, había echado de menos a Andrew durante tanto tiempo que lo que me faltaba había empezado a agotarse. Me di cuenta de que me había sentido abandonada durante años, quizá desde que él había hecho aquella cruda declaración en la consulta del terapeuta. Y lo había extrañado tanto en casa que no estaba segura de cuál era su lugar. Pero yo quería que lo encontrara.

Por suerte, lo encontró. Estaba hambriento de pasar tiempo conmigo y los niños, hambriento de la certeza y la comodidad de la vida hogareña, cocinándonos comidas elaboradas, llevando a los niños de aventuras los sábados, leyendo todos los correos electrónicos de la escuela antes de que yo tuviera siquiera la oportunidad. Siempre nos había amado ferozmente y había sido un padre excelente, pero ahora su centro de gravedad estaba dentro de nuestra casa, y cuando se marchaba, los hilos invisibles que nos unían como familia se sentían entretejidos de una manera nueva.

A veces, durante sus numerosas ausencias, tenía la sensación de que vivíamos un simulacro de matrimonio, cambiando el océano por su débil sonido a través de la espiral de una concha marina. Pero ahora, por fin, teníamos lo auténtico. Teníamos el océano.

Pasaron dos años sin un destacamento. Entonces, una noche, Andrew y yo salimos a cenar un filete, una ocasión poco frecuente. Estábamos bebiendo unos cócteles y sonriéndonos a carcajadas cuando sonó el teléfono de Andrew. Oí que le cambiaba la voz y lo supe. Cuando colgó, esperé el leve pero perceptible cambio en su lenguaje corporal, la tensión en su mandíbula, la nueva distancia en su mirada normalmente tierna y atenta.

Mi marido es experto en la compartimentación, capaz de pasar de salir a cenar a hacer las maletas para un destacamento con una rapidez pasmosa, marchándose, en cierto sentido, antes incluso de que hayamos tenido la oportunidad de despedirnos. Pero esta vez me sorprendió: cuando puso su mano sobre la mía sobre el mantel blanco, pude sentir una atracción hacia casa que era mayor que su atracción por irse.

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