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Cuando Nathanael estaba en prescolar, le dijo a su madre, Diana Lopez, que no quería volver a la escuela, nunca. Su profesora le gritaba, contó. Y cuando Lopez lo recogía del colegio, solía ponerse a llorar de inmediato.
Nathanael tiene autismo y, en una clase con 25 niños, parecía que la profesora tenía pocas estrategias para trabajar con él, recordó Lopez.
Este año, en una escuela nueva, Nathanael, de 7 años, estaba más contento. Solo compartía profesor con otros seis alumnos, no en un aula, sino en toda la escuela.
Nathanael asistía a una microescuela, un tipo de escuela privada superpequeña que cada vez es más popular y en gran medida no regulada, que suele atender a menos alumnos que los que hay inscritos en una sola clase de una escuela tradicional.
Estos programas se benefician de dos tendencias: desde que la pandemia de la covid interrumpió la escolarización, muchos padres se han replanteado la educación de sus hijos y están abiertos a opciones no tradicionales. Y los legisladores estatales republicanos y los contribuyentes, que desde hace tiempo apoyan la elección de la escuela privada, han dirigido cada vez más dinero hacia las microescuelas en todo el país, diciendo que les dan a los padres la oportunidad de retirarse de los distritos escolares a un precio razonable, por lo general entre 5000 y 10.000 dólares al año.
Los alumnos de las microescuelas suelen estar registrados en sus estados como alumnos que se educan en casa. Pero la nueva generación de microescuelas, como el programa al que asistió Nathanael, la Academia Cristiana Kingdom Seed, funcionan más como escuelas modernas de una sola aula, que se reúnen en casas, sótanos de iglesias y comercios.
Estas escuelas suelen abrir cuatro o cinco días a la semana, con profesores de tiempo completo, planes de estudios fijos y, a veces, incluso exámenes estandarizados.
Hay poca información sobre estas escuelas. Pero el National Microschooling Center, un grupo de defensa que encuesta a los fundadores de programas, calcula que hay 95.000 microescuelas y grupos de educadores en casa en todo el país, que atienden a más de un millón de estudiantes. Durante el año escolar 2023-24, un tercio de las escuelas recibieron fondos públicos a través de programas similares a los de vales, frente al 18 por ciento de hace un año.
Se espera que esa cifra aumente porque, el año pasado, ocho estados se unieron a Arizona y Virginia Occidental para proporcionar un acceso casi universal a las cuentas de ahorro para la educación, un tipo de vale que puede utilizarse para sufragar los gastos de la educación en casa. En abril, Georgia también aprobó una ley que crea estas cuentas.
Se calcula que un millón de niños estadounidenses utilizan fondos públicos para algún tipo de educación privada, más del doble que antes de la pandemia, según un informe nuevo de EdChoice, una organización sin fines de lucro que apoya la elección de escuela y monitorea el sector.
Cualquiera puede abrir una microescuela, aunque más de dos tercios de los fundadores son o han sido profesores certificados. Y estas escuelas pueden enseñar lo que quieran, incluidas versiones bíblicas de la ciencia y la historia. Es posible que las instalaciones no sean inspeccionadas y a veces no es necesario comprobar los antecedentes del personal.
Y aunque muchos fundadores de microescuelas dicen que atienden a estudiantes con discapacidad, los programas no tienen que seguir la ley federal de discapacidad, y la mayoría no proporcionan las terapias y el asesoramiento que a menudo están disponibles en las escuelas públicas. Incluso Lopez dijo que tal vez no vuelva a enviar a Nathanael a Kingdom Seed en otoño, debido al costo y a su necesidad de apoyo adicional por su autismo.
A medida que crece el impulso a favor de este tipo de escuelas, los demócratas de Georgia han argumentado que, en lugar de invertir en vales, se debería destinar más dinero a las escuelas públicas, para ayudarlas a reducir el tamaño de las clases y contratar más consejeros y trabajadores sociales que pudieran atender a los estudiantes discapacitados y de bajos ingresos. El estado de Georgia gastó un promedio estimado de 14.000 dólares por alumno el año pasado, por debajo del promedio nacional de 16.000 dólares.
“Tenemos grupos a los que les gustaría imponer en todas nuestras escuelas públicas sus valores y creencias”, dijo Lisa Morgan, presidenta de la Asociación de Educadores de Georgia, organización afiliada al sindicato de profesores. Las microescuelas, añadió, son “otro método para que saquen a sus hijos de nuestras escuelas públicas, donde están experimentando la diversidad”.
‘Dios lo creó todo’
La profesora de Nathanael, Desiree McGee-Greene, fundó la Academia Cristiana Kingdom Seed en agosto pasado, en la casa de los suburbios que comparte con sus padres, su marido y su hijo, un alumno de la escuela. Un salón familiar es ahora una alegre aula, con paredes adornadas con letras, números y obras de arte.
En abril, durante una soleada mañana, Nathanael se reunió en la alfombra con solo tres compañeros de 5 a 7 años. El día empezó con historia bíblica, mientras los niños ponían en orden los acontecimientos del Génesis, de la “creación” pasando por la “corrupción” hasta la “catástrofe”.
El cristianismo es el núcleo del plan de estudios, desarrollado por McGee-Greene, antes profesora en escuelas públicas y privadas. Aproximadamente una cuarta parte de las microescuelas son religiosas, según el National Microschooling Center.
“Cualquier cosa que no esté en la Biblia, que vaya en contra de lo que dice la palabra de Dios, es falsa”, comentó McGee-Greene en una entrevista en la que explicaba su filosofía educativa. “El siguiente principio es que Dios lo creó todo. No fue hace millones de años: esa es otra gran verdad”.
Tras el estudio de la Biblia y una lección de conteo en francés, el marido de McGee-Greene, Michael Greene, antiguo profesor, intervino en las clases de matemáticas y ciencias. En el jardín, los alumnos dibujaban y escribían en diarios sobre insectos y flores.
Kingdom Seed, que cobra 500 dólares al mes por la matrícula a tiempo completo, es el núcleo de un negocio familiar. La escuela también ha recibido una subvención de 10.000 dólares del Fondo Educativo VELA, una organización sin fines de lucro apoyada por las familias Koch y Walton, que se autodenomina como una “comunidad de emprendedores” en educación.
Además, McGee-Greene trabaja como asesora de profesores que quieren crear microescuelas y presenta un pódcast en el que comparte sus consejos. También vende planes de estudios hechos a la medida.
Muchos fundadores tienen varias fuentes de ingresos porque las tarifas de las microescuelas no suelen equivaler a un salario competitivo.
El salario promedio de un maestro en Georgia fue de unos 68.000 dólares el año pasado, más un paquete de prestaciones. Una microescuela típica llega a cobrar 7000 dólares por alumno y empezar con siete estudiantes, lo que supone una importante reducción salarial para el fundador, que además debe pagar el alquiler, los suministros y otros gastos.
Pero muchos fundadores de programas dijeron que estaban canjeando ingresos por autonomía y pasión.
Marisa Chambers, que dirige La Escuela Cristiana Tri-Cities, una microescuela al sur de Atlanta, dijo que dejó su trabajo como administradora de una escuela pública en 2019, en parte porque estaba frustrada por el estado de la educación para estudiantes con discapacidades. Muchos llevaban varios años de retraso académico, y pensó que sin una atención mucho más personal, era poco probable que se pusieran al día.
Alan, de 12 años, conoció a Chambers cuando estaba en la guardería, en la escuela primaria pública donde ella trabajaba. Era tan retraído que le diagnosticaron mutismo selectivo. Cuando sus padres o su hermana mayor lo visitaban, solían verlo separado de sus compañeros.
Esta primavera, sonreía y contaba con facilidad esta historia a un desconocido. “Cuando era pequeño, no levantaba la mano”, contó. Ahora, con tanta atención que le dedica Chambers, y solo cinco compañeros, “de verdad me gusta esta escuela. Aquí puedo aprender más”.
La hermana de Alan, Monica Laton-Perez, de 24 años, que ayuda a cuidarlo, dijo que el joven había experimentado un crecimiento “tremendo”. Pero incluso con un descuento sustancial, la matrícula es cara para la familia, y en otoño, en su lugar, se matriculará en una escuela chárter.
Creciendo con el dinero de los contribuyentes
Chambers dijo que espera atender a más estudiantes de bajos ingresos en el año escolar 2025-26, gracias a una ley, firmada por el gobernador Brian Kemp en abril, que proporcionará una cuenta de ahorro educativo de 6500 dólares a los padres que retiren a sus hijos de las escuelas públicas clasificadas en el 25 por ciento inferior. Tendrán prioridad los hogares que ganen menos de 125.000 dólares por una familia de cuatro miembros.
No todas las microescuelas querrán participar en el programa. Aunque no se ha publicado la normativa detallada aún, las escuelas que acepten el dinero deberán realizar pruebas estandarizadas anuales de matemáticas e inglés y comunicar los resultados al Estado. También deberán contratar al menos a un profesor titulado.
Algunas microescuelas están formalizando su situación. Keyanna y Jamal Moreau han solicitado la acreditación de escuela privada para la Academia Preparatoria CHOICE de Lilburn, Georgia. Su programa empezó como microescuela, pero después de seis años ya no es tan pequeña.
Ahora atiende a 40 alumnos, de 8 a 17 años, en un edificio que antes era un despacho de abogados. Moreau, que estudió Pedagogía en la universidad, fundó la escuela después de que sus propios hijos tuvieran dificultades para leer.
El programa es laico y, como los Moreau, casi todos los alumnos son negros. El rigor es el eje principal. Un día de abril, los alumnos mayores estudiaban las raíces griegas y romanas de las palabras, mientras los más pequeños, esparcidos por una gran mesa, construían motores electromagnéticos sencillos, con cables y pilas.
Harmony, de 11 años, explicó por qué en este entorno le iba mejor que en la escuela pública. Aquí, dijo, un adulto se sentaba a su lado y le explicaba cada lección o concepto, paso a paso.
Moreau dice que la mayoría de los padres preferirían la escuela pública si funcionara para sus hijos. Las escuelas públicas son gratuitas y sus alumnos tienen acceso a clubes, equipos deportivos y una selección más amplia de compañeros.
Pero, en realidad, esas escuelas también suelen pasar de año a los alumnos negros que no dominan los conceptos básicos.
Cuando los alumnos se matriculan en su programa, “tengo que reconstruir a mis niños”, dijo. “Piensan que no pueden hacerlo, que son tontos, que no se les puede enseñar”.
“Los padres están despertando”, añadió, “sobre todo en la comunidad negra”.
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